domingo, 28 de abril de 2013


CATALEJO
Édgar Gutiérrez “no es eferregista”

Publico y respondo una carta en la cual Édgar Gutiérrez afirma no ser miembro, menos figura, del FRG.

 POR: MARIO ANTONIO SANDOVAL

artículo publicado

21/5/2004

 

Édgar Gutiérrez me envió una carta cuya parte conducente dice: “Aunque para los informados de la política en Guatemala está claro que no soy y nunca he sido miembro del FRG, por lo que usted ha escrito parece necesario que lo refrende una vez más: No soy miembro, menos figura, del FRG. Tampoco es cierto que haya yo calificado de “incapaz” al actual gobierno. No sé si su análisis global de la nota de marras es correcto enteramente en términos de la información que lo sustenta, pero estoy seguro que estará más cercano de la verdad si usted omite estos dos datos, por demás desorientadores”. Siempre he considerado al remitente una persona culta y de análisis correcto, lo cual implica inteligencia. Por ello me extraña la carta.

EL REMITENTE NO está inscrito en el FRG. Pero no sé si recuerda: ejerció la cancillería del gobierno eferregista. Como tal, salió a la comunidad internacional a defender las acciones del gobierno, las cuales sin duda apoyó porque no recuerdo haber escuchado ni una sola crítica de él al respecto. Si eso no es ser una figura eferregista, entonces el sol es cuadrado y tiene hielo. Ahora, de nuevo es columnista de El Periódico, adonde regresó por el exagerado espíritu de complacencia de Jose Rubén Zamora, víctima directa de las acciones del FRG. Quien relee sus escritos luego de haber terminado su etapa de eferregismo activo, notará cómo sus análisis sólo pueden ser interpretados como una manera de señalar la incapacidad del actual régimen.

POR APARTE, EL remitente ha sido tal vez el miembro más destacado del grupo de personas otrora de pensamiento de una izquierda ilustrada, no combatiente, pero ahora colocada por alguna extraña razón al lado de un partido cuyos principios son exactamente contrarios a su actividad de muchos años. Esto es tan incomprensible como el caso de Pedro Palma. Por eso, la aclaración en realidad provoca una de dos reacciones: o una sonrisa socarrona, por ver un nuevo ejemplo de la realidad política chapina, o una incredulidad ante la prueba de poco conocimiento del idioma ni de cómo se vive la política en la práctica. El remitente no es eferregista inscrito. No necesita serlo. Su trabajo en pro del peor gobierno de la historia está allí, a la vista. 

LA CARTA EN MENCIÓN es parte del realismo mágico político del país, del Macondo guatemalteco. De ese lugar donde en pocos meses empiezan a hacerse los más absurdos acuerdos entre partidos, gracias a la incapacidad de los dirigentes. Según mi criterio, Édgar Gutiérrez no debería, por ejemplo, comentar en manera alguna el acuerdo Gana–FRG, si no expresa clara y contundentemente al principio hacerlo desde la perspectiva de alguien "que no es eferregista" por inscripción sino por convencimiento, por acción. Pero de seguro no estamos de acuerdo en ese tema, y por eso espero con interés las frases de halago a quienes mal aconsejaron al presidente Berger por haber realizado una acción rechazada por una abrumadora mayoría.

FINALMENTE, LA CARTA de Édgar Gutiérrez me provoca una preocupación: la posibilidad de no ser una forma de evadir sus responsabilidades, sino del convencimiento de sus palabras. Entonces Guatemala perdería un buen analista, con quien se ha podido estar o no de acuerdo. Sus escritos aún pueden ser una buena guía de pensamiento de una determinada corriente, la de la curiosa mezcla de un neoizquierdismo sui géneris,

 

Caso Gerardi

Las dos caras del canciller. 

ARTICULO SOBRE LA RATA GUTIERREZ 

 


Maite Rico Bertrand de la Grange
 publicado:Guatemala, domingo 11 de enero de 2004
En Elperiodico.

 “En su amplio y cómodo despacho de la Secretaría de Análisis Estratégico (SAE), Edgar Gutiérrez se sentía en su elemento, dirigiendo una institución que había denostado en el pasado por sus funciones represivas y sus investigaciones ilegales. (...) El “heredero” del obispo Gerardi y cerebro del Remhi acabaría sucumbiendo, sin embargo, a las viejas prácticas. (...) De repente tenía la sartén por el mango y no dudaría en usar los instrumentos a su alcance para el espionaje político y las campañas negras contra los opositores. Apuntalar el entramado del caso Gerardi sería una de sus primeras preocupaciones”.

Éste y otros extractos de nuestro libro sobre el asesinato de monseñor Juan Gerardi (¿Quién mató al obispo? Autopsia de un crimen político, editorial Planeta) han sulfurado al todavía ministro de Relaciones Exteriores, Edgar Gutiérrez. La virulencia y la vaciedad de su réplica, publicada en elPeriódico el pasado domingo, respaldan la credibilidad de nuestros hallazgos sobre la manipulación política y judicial del crimen, en la que él y su gobierno participaron de lleno.

Al frente de la SAE, Gutiérrez ordenó investigaciones ilegales, espió a los acusados y se reunió con el fiscal Leopoldo Zeissig, al que facilitó varios “testigos providenciales”. El Canciller nos acusa de “innumerables imprecisiones” y “falsedades flagrantes”, pero se guarda de citar una sola. A falta de datos concretos, recurre a lo único que ejerce con maestría: la intoxicación. Y así, asegura que el capitán Byron Lima revisó nuestro manuscrito en el presidio. El único libro que pusimos a disposición del capitán Lima fue nuestro anterior trabajo, Marcos, la genial impostura, por el que, por cierto, Edgar Gutiérrez nos felicitó calurosamente en su momento.

Pero así es él, siempre con su doble discurso y su mirada huidiza... Pocos se acuerdan ya de aquella columna que publicó en este diario el 2 de agosto de 1999, en la que denunciaba “una campañita de desinformación” que lo ubicaba como asesor del candidato Alfonso Portillo. ¿Cobijarse él bajo el paraguas de Efraín Ríos Montt, al que acusaba en el Remhi de crímenes de lesa humanidad? Cinco meses más tarde, Gutiérrez, con su gesto de monaguillo, emergía como el flamante jefe de los servicios de inteligencia del gobierno del FRG.

Desde ahí se encargó de que el presidente Portillo cumpliera su promesa de resolver el caso Gerardi. Una semana después de su toma de posesión, en enero de 2000, tres militares y un sacerdote eran detenidos gracias al cambio de testimonio del indigente Rubén Chanax. De repente, las investigaciones “azarosas, accidentadas y controversiales”, como reconoce el ministro Gutiérrez, daban frutos milagrosos y lograban la condena de los acusados a 30 años.

Los fiscales y la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado estaban exultantes. No se diga Portillo, que se presentaba ante la comunidad internacional como el adalid de la lucha contra la impunidad. En realidad, el crimen seguía impune: nada se sabía de los autores materiales ni intelectuales. Pero eso era lo de menos. La tesis de los acusadores, que culpaban del crimen a la cúpula militar de Álvaro Arzú (y al propio mandatario) quedaba consagrada como “versión oficial”. Lo que no se explicaba era qué interés podían tener Arzú y los oficiales de su confianza en dinamitar, en un año preelectoral, un proceso de paz que era su mejor carta de presentación.

Asistimos al juicio día a día, entrevistamos a todos los implicados, analizamos el expediente, dimos seguimiento a los testigos. Descubrimos que la investigación había sido manipulada. Que los fiscales habían ocultado información. Que los testigos clave habían sido preparados. Que el tribunal de sentencia había alterado las actas del juicio para consolidar la “culpabilidad” de los acusados...

Gutiérrez sataniza a los condenados con el propósito miserable de diluir su propia responsabilidad en el encarcelamiento de inocentes y en el asesinato de uno de ellos, el ex sargento Obdulio Villanueva. Ahora, el Canciller acusa al coronel Lima de cometer “terribles matanzas” en Quiché. ¿Cómo es que no incluyó ese dato en el Remhi, que con tanto celo dirigió? Tampoco en el juicio Gutiérrez mencionó un solo abuso cometido por Lima.

Creemos que el asesinato de monseñor Gerardi sí fue un crimen político, pero no tramado por el Estado Mayor Presidencial de Arzú, sino por sus enemigos políticos. Entre ellos, había oficiales de Inteligencia depurados por presuntos vínculos con el contrabando. El objetivo del crimen era ajustar cuentas políticas, desestabilizar al gobierno y allanar el camino a la victoria del FRG.

Por eso resulta hilarante que Edgar Gutiérrez diga que “el núcleo de (nuestra) argumentación proviene de una acción deliberada típica de agentes y aparatos de la inteligencia tradicional”, cuando la hipótesis que desarrollamos en el libro es, precisamente, que “la inteligencia tradicional” montó el crimen.

Más que una réplica, el ministro busca un espacio para adecentar su currículum. La verdad es que le hace mucha falta. De “heredero” del obispo Gerardi, pasará a ser recordado como el Rasputín del gobierno más corrupto de la historia de Guatemala.

Preocupado por su futura chamba, Gutiérrez intenta presentarse como el heroico y abnegado activista que se sacrificó durante cuatro años para “desmilitarizar” el aparato de inteligencia. De su desempeño en la SAE da sobrada cuenta la hemeroteca. No vio venir la hambruna de Camotán, ni se percató de que los decomisos de droga se reducían a niveles irrisorios y que los cárteles brotaban como champiñones. El émulo de Cara de Ángel, el siniestro personaje de la novela de Asturias El Señor Presidente, estaba muy ocupado en la desarticulación de los movimientos ciudadanos de oposición, en la difamación de periodistas y activistas humanitarios y en llenarle la cabeza al Presidente de pajas sobre intentonas golpistas.

“No veo dónde están los poderes ocultos”, declaraba entonces. Y hoy se ha vuelto el principal promotor de la Ciciacs, el organismo encargado de investigar los grupos clandestinos. Por cierto que esa entidad debería empezar por indagar las redes de espionaje del actual Canciller.

http://www.elperiodico.com.gt/es/200401011/actualidad/1627/